Hace treinta
años, para llegar a él debíamos atravesar médanos que nos parecían
interminables; con los chicos, en los veranos, la prenda era correr hasta la
cima cuando alguno se mandaba una boludez de esas insalvables.
¡Ni en sueños
ibas a poder ver el mar desde la calle 1!
Hace
muchos años que lo veo desde la casa, ¡Cada vez que abro la ventana me dan
ganas de salir corriendo! Y por las noches lo escucho suspirar suavecito, en la
playa. Se acerca como tomando confianza, se hace amigo de los pescadores que
colocan los trasmallos y las redes pero, a veces, se enfurece y nos recuerda su
dolor… extiende los brazos como látigos tratando de aferrarse... Quizás,
detenerse en un lugar que ya no está…
¿Por
qué el mar?
Porque
nos hicimos amigos, porque nos ayudó a llegar a la playa ese verano que
entramos con Vero y no podíamos salir... Recuerdo que nos hicimos las cancheras
pero estábamos muertas de miedo.
Y
porque crecimos con él y siento que hay algo que le debo.
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