sábado, 12 de septiembre de 2015

El mar por delante

Hace treinta años, para llegar a él debíamos atravesar médanos que nos parecían interminables; con los chicos, en los veranos, la prenda era correr hasta la cima cuando alguno se mandaba una boludez de esas insalvables.

¡Ni en sueños ibas a poder ver el mar desde la calle 1!

Escuchá: el agua le declara su amor a la arena en cada ola…
Hace muchos años que lo veo desde la casa, ¡Cada vez que abro la ventana me dan ganas de salir corriendo! Y por las noches lo escucho suspirar suavecito, en la playa. Se acerca como tomando confianza, se hace amigo de los pescadores que colocan los trasmallos y las redes pero, a veces, se enfurece y nos recuerda su dolor… extiende los brazos como látigos tratando de aferrarse... Quizás, detenerse en un lugar que ya no está…
¿Por qué el mar? 
Porque nos hicimos amigos, porque nos ayudó a llegar a la playa ese verano que entramos con Vero y no podíamos salir... Recuerdo que nos hicimos las cancheras pero estábamos muertas de miedo.

Y porque crecimos con él y siento que hay algo que le debo.

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