Séptimo “D”
Decidió mudarse a la calle Lima 1600 y, a pesar de los cortes de
luz que sufre la ciudad en verano, eligió el séptimo piso. Pocas cosas
acompañaron su traslado. Diríamos que las necesarias. La zona, muy estrepitosa,
en cada momento del día cambiaba su música; esa constante era uno de los
principales motivos de semejante elección.
Había pedido los veintiocho días de vacaciones en el ministerio
más dos de mudanza y, para que no le pongan cara de pocos amigos se anticipó
contando que, además de cambiar de casa se iría de viaje unos días.
Una vez en el séptimo "D" dispuso los cuatro muebles
como una brújula, después se acercó al balcón francés a escuchar, pero su
curiosidad pudo más y abrió la caja de madera negra que había acomodado en el
sur del único ambiente que tenía el departamento.
Lo pensó dos veces, como si quisiera generar intriga. La cerró y
volvió la ventana. En pocos minutos su oído se acomodaba y lograba distinguir
el sonido de los colectivos (el balcón daba justo frente a la plazoleta de la
calle Centenario en Constitución), el canto de algunos pájaros y el murmullo de
cientos de personas que hablaban allá abajo.
Afinó su mirada, se concentró en el señor con ropa de trabajo
que estaba en la parada del 39. Pasó casi un cuarto de hora y el hombre seguía
ahí, esperaba a alguien?. En el ínterin de esos minutos calentó agua en la pava
eléctrica y se cebó unos mates.
Cambió, ahora observaba hacia la calle Brasil y allí, entre la olla popular alzada
al pie del Paseo de Compras, los hijos de la protesta charlaban con dominicanas
y senegaleses. Parecían
entenderse perfectamente. Algunos esbozaban sonrisas francas.
Sin dudarlo volvió a la caja negra. Sobre la pared oeste había
apoyado el espejo de dos metros de alto y, al pasar frente a él, se detuvo.
Hacía casi veinticuatro horas que no se acostaba, ni se había duchado aún, ni
había comido. Miró sus pies reflejados, descalzos, polvorientos. Sus rodillas
percudidas pero sobre una piel de seda, brillante. Tenía puesto un short corto
(muy) ajustado, atando la curva de su cintura el nudo de la remera amarilla
floreada parecía una hernia de ombligo. Sonrió, le causó gracia pensarlo. No
llevaba puesto sostén, se acomodó lo pechos con sus manos sin levantar la
mirada todavía. Recordó que iba a buscar el telescopio a la caja negra.
Levantó la vista para
encontrarse; sentía el cansancio en sus piernas, en las manos. Lo buscó también
en su rostro donde seguro lo encontraría.
Tenía el pelo recogido con una bandita elástica; también tenía
mucho por hacer: tomar nota de cada una de las personas que le interesaba
salvar, pasar en limpio la presentación, armar y asistir a las reuniones necesarias, lograr llegar a quien sea para
que todos puedan tener la oportunidad que
tuvo ella. Y afeitarse,
porque dos días es mucho en un cuerpo cargado de testosterona, y para una
secretaria con tan buena presencia, la barba no es un toque de distinción.