miércoles, 18 de noviembre de 2015

Contar contigo para siempre

Habían pasado sesenta años desde aquellos 16 y 22 que encontraron a Sandra y a Pedro mirándose por primera vez cuando los presentaron. Sin embargo, parecía que Pedro aun no se daba cuenta que podía contar con Sandra para siempre.

¿Locamente enamorado? No, él no era ese tipo de hombres que se rinden a lo sentimental, o no lo sabemos. Lo que si podemos afirmar es que Pedro era un tipo romántico, siempre dispuesto a soltar su voz por los aires con melodías que hablaban de amores imposibles o posibles, de engaños y perdones y también, que lo enamoraban de Sandra esos detalles como charlar sus proyectos con tanto entusiasmo; ella los alimentaba, los pulía, aportaba ideas, lo hacía estallar de risa y Pedro adornaba esos momentos con un beso mientras abrazaba sus mejillas con ambas manos. En algún rincón de su alma Pedro sabía que, lo que sostenían sus manos, era el corazón de Sandra que latía en sus sonrojadas mejillas.

Sandra. Ella era un tema aparte. Había tenido con Pedro una relación inocente a mediados de los ’80 que terminó muy rápido. Pedro no pudo esperar que ella traspase las barreras del entonces prohibido, sucio e indecente llamado deseo. Del enigmático e inquietante calor en la piel, en las manos, en los besos, en todo el cuerpo. Lo sentían los dos pero ella, a sus diez y seis, no se animó a romper las reglas y Pedro se alejó con las urgencias propias de su edad.

Desde entonces, se veían cada tanto porque siguieron coincidiendo en calles y vecinos. Solo cuando, después de casi dos décadas, la tecnología llegó a manos de ambos, sus encuentros se volvieron más seguidos, aunque virtuales y furtivos. El nuevo siglo los encontró con familias armadas y recuerdos contenidos. 

Pedro, bromeando, se presentaba cada vez - Hola, soy Pedro, es la primera vez que vengo – Sandra se reía iluminada. Le mostraba el paso de los años en las fotos y vídeos de sus hijas y se preguntaba, preguntándole a ella, si eso no la aburría y no podía creer que, por el contrario, Sandra sentía que ese mínimo momento de la vida de Pedro le pertenecía. Miraba los ojos y las manos de él y lo escuchaba sin prestar demasiada atención al relato sino a su voz, la misma que tantas canciones había entonado solo para ella. 

Hubo una primera vez. Fue un día apretado de nervios, más de Sandra que de Pedro. Un primer día que hubiera estado increíble de no ser por el miedo que no se corrió del medio. Sin darse por vencidos cada uno volvió a su vida. Ya no pisaban la tierra de la misma forma, habían cruzado la barrera del deseo. Ahora se buscaban sin urgencias, conocían los dos muy bien lo que significaba el calor en la mirada, ese increíblemente esperado tiritar del estómago, las rodillas inquietas, las manos charlatanas. Ahora entendían que el deseo entre ellos, era una emoción persistente. 

Ya habíamos contado las dotes de la voz de Pedro, para no repetirlo solo diremos que ni su madre reconoció jamás que podría haber sido un buen cantante. Eso para él no tenía importancia, había logrado su club de fans que estaba fundado y presidido por la única que amaba hasta su voz: Sandra, que arriesgaba todo por cada show de él en vivo. 

Un día, cuando las cartas ya eran hologramas delante de la cara de quién debía recibirlas, Sandra leyó en el aire letras desordenadas y enseguida llegó la melodía para darles un orden y sonar: “ella vio sus ojos profundos de quien vive soñando otro mundo, y de él se enamoró”. 

Solo bastó levantar la mirada para encontrarlo, dieron un par de pasos y sus manos se tocaron. Pedro había cumplido 82 a fin de año, a ella le faltaban meses para llegar a los 76 pero eso tampoco tenía alguna importancia. Los dos sabían de memoria el calor de sus miradas, el tiritar de sus estómagos, sus rodillas inquietas, sus manos (las de él) abrazando un beso en la boca (la de ella)

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